viernes, 14 de diciembre de 2018

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Recuerdo cuando quería tener los 18 para vivir fuera de casa porque no aguantaba más a mis padres.
Supongo que todos tenemos esa época en la que pensamos que nuestros padres son más un estorbo que otra cosa, pero que inocentes somos.

Ahora con 20 me he ido y recuerdo que a medida que iba llegando la fecha de partida, me entristecía porque ha llegado un punto con mi familia que ya no discutimos a penas. Evidentemente siempre tendremos nuestros roces, pero no a nivel de cuando tenia 15-16 años o incluso con 18. Madre mía que años. 
Obviamente no solo por la familia, si no también por las amigas y por el miedo de no encajar porque hay gente que al menos tiene a alguna amiga, pero yo no. Iba completamente sola porque quienes conocía no eran amigos, si no conocidos y la verdad, ganas de quedar con ellos no tenía.

Estamos a 14 de diciembre y me queda una semana para volver a casa. Tengo ganas. Ganas de ver a mi perra y a mis gatas que las echo muchísimo de menos. Ganas de ver a mi familia y decirles lo bien que me va todo. Ganas de poder pasear tranquilamente sin tener que ir esquivando a la gente. Y sobretodo, poder ver el mar. La paz que me daba ir a pasear por la orilla, poder tumbarme en el suelo y ver las estrellas. 

Soy muy feliz aquí pero también echo en falta ciertas cosas que desgraciadamente Barcelona no me puede dar.




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